sábado, 13 de agosto de 2011

Ojos que vigilan

Como cada noche, cerré la puerta de mi habitación, aunque sabía bien que aquello no funcionaría. Podía sentirlo, podía sentir aquellos ojos clavados en mi, podía sentir su presencia a mi alrededor y podía sentir el pánico en mis venas. Me tapé con manos temblorosas, intenté dormir, pero bien sabía que no sería tan sencillo.

El pomo giró sólo y la puerta se abrió lentamente, sin hacer ruido alguno, descubriendo el largo pasillo frente a mí. La oscuridad lo engullía por completo a excepción de una mancha blanca. Un vestido de novia, guantes y velo de seda tan blancos como la nieve. La antaño bella mujer me miraba desde la distancia, inmóvil, con sus ojos apagados fijos en los míos. Su presencia se proyectaba en cada rincón de la habitación y su mirada permanecía presente en mi interior.

De repente se oyeron ruidos. La puerta que daba a la calle se había abierto y el ruido de unas pisadas desconocidas resonaba por los pasillos. La mujer había desaparecido.

-Tenemos compañía -anunció una voz.

Dos hombres aparecieron en la oscuridad del pasillo y caminaron hasta mi cama. Llevaban pasamontañas, con lo que sólo se podían ver sus fríos ojos mirándome con malicia. Uno de ellos se adelantó y se dirigió a mí con una navaja.

-Si te portas bien, no te haremos daño. No te muevas mientras nosotros hacemos nuestro trabajo.

Y entonces volvió aquella inquietante y terrorífica presencia que me helaba la sangre. De entre las sábanas surgió una figura blanca. Su rostro estaba desencajado, con los ojos muy abiertos; se ayudaba de sus débiles brazos para salir de entre las sábanas como quien sale del agua. Su cabeza estaba inclinada hacia un lado y sus cabellos caían aleatoriamente por su rostro y sus hombros. En aquel momento sentía tanto miedo que creía que me iba a desmayar, no podía hacer más que mirar cómo la mujer aparecía y se colocaba de espaldas a mí, mirando frente a frente a los dos ladrones.

Durante un segundo, el aire de la habitación desapareció y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Pude sentir la locura en mi mente, estuve a punto de sonreír, pero entonces todo cambió. La mujer gritó y el agudo chirrido que salía de ella hizo retumbar las paredes y los muebles de mi habitación. Todo empezó a oscurecerse a mi alrededor.

No sabría decir si fue un sueño o fue real lo que ocurrió después.

Una silueta blanca me abrazaba mientras mi habitación se desvanecía, su cabello me hacía cosquillas en el rostro cuando se acercaba para besarme en la frente. Hablaba con voz monótona, de otro mundo, pero a la vez cálida:
-No te preocupes, cariño, tu madre está aquí para protegerte.

Pero yo... no conozco a esa mujer.

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