sábado, 8 de octubre de 2011

El fin del mundo

Desde que la noticia surgió hace dos días, mi ciudad y todo el mundo se habían sumergido en un caos total. Lo que en un principio eran simples actos vandálicos aislados, ahora era lo único que podía verse en las calles. Alcé la vista y observé varias columnas de humo surgir entre los edificios. No habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde que se filtró la información y la sociedad se estaba desmoronando al mismo ritmo que un castillo de arena en la orilla.

Las autoridades habían hecho un buen trabajo ocultando la información al público durante varias semanas, pero finalmente, y como cabía esperar, la noticia se filtró a los medios de comunicación y ello provocó una reacción en cadena sin precedentes.

El Sol se muere. El momento que teníamos previsto para dentro de millones de años ocurrirá el 8 de octubre de 2011, momento en el que el sol habrá alcanzado su final y se expandirá, alcanzando el radio de órbita de la Tierra para morir finalmente, calcinando en el proceso toda forma de vida en nuestro planeta.
Como es natural, la gente se tomó a broma la noticia y sólo los más alarmistas perdieron la cordura. Pero con el tiempo, lo que en un principio iba a ser un proyecto de información para tranquilizar a los habitantes, se convirtió en el desencadenante del mayor caos de la historia; en los informativos comenzaron a aparecer científicos enviados por los gobiernos, explicando con pelos y señales cuál era el comportamiento del Sol y, a los pocos minutos, la gente salió a la calle a robar, a pelearse y a amarse. Nada importaba en el fin del mundo, no habían normas, no había moral.

Caí al suelo de un empujón. A mi alrededor la gente saqueaba los comercios y reventaba los pocos escaparates que permanecían en pie. Niños llorando, perdidos. Borrachos peleándose. Jóvenes haciendo el amor en cualquier lugar. Esa era la sociedad del fin del mundo.

Y de repente, un destello. El Sol se expandió y cubrió con una luz completamente roja todos los rincones y, durante un segundo, el mundo entero contuvo la respiración, ¿cómo podía ser el apocalipsis tan bello?

Los edificios se desmoronaron como si fueran de papel, el suelo se quebró y tuve la sensación de que me movía a tal velocidad que apenas podía respirar. El viento infernal me abrasó la piel y varios cascotes me golpearon y me hicieron caer.

Entonces volvió la calma.

El rojo se tornó negro y me vi inmerso en una oscuridad total. El frío escaló desde las yemas de mis dedos hasta que cubrió por completo mi cuerpo y mi ser. Era el frío de la muerte, era el fin del mundo.

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