domingo, 29 de mayo de 2011

Teatro de Marionetas.

Entre la profunda oscuridad, sólo la tímida luz de una pequeña farola alumbraba el suelo y las paredes de cartón de la Calle de las Marionetas. Cerca de la media noche, sólo el sonido de unos pasos rompía el silencio en el cual estaba sumido aquel pequeño mundo. Mark vestía un traje negro, formal, y sujeto a su mano, llevaba un maletín del que jamás se había separado, igual que tampoco se había despegado nunca del sombrero de copa que ocultaba su calvicie.

A cada paso, Mark emitía aquel característico ruido, un sonido hueco, típico de las marionetas hechas de madera. El trabajador llegó hasta el portal 63 y abrió la puerta. La escena cambió a su alrededor y en unos segundos se vio transportado al interior de su casa. Una diminuta pero bonita cocina le daba la bienvenida, en el centro de la estancia se levantaba una mesa con una silla de madera y pegados a la pared, se encontraban un tosco frigorífico y una lavadora que ni siquiera se podían abrir.

Con sumo cuidado, sin que se enredaran las cuerdas, Mark se sentó en la silla y apoyó su mano con el maletín sobre la mesa. Marcos imaginó a su marioneta sirviéndose una sobria cena, la cual comería con prisa para irse pronto a la cama, pues Mark tenía que madrugar al día siguiente, como siempre.

Tras unos minutos, Mark se levantó de la silla y con un salto, salió de la cocina para caer en su habitación. Un armario que no se podía abrir, un escritorio sin silla y una cama dura eran los elementos de aquella estancia. Objetos que sólo servían para adornar pues, al fin y al cabo, las marionetas no podían disfrutar de ninguno de ellos.

Mark se acercó a la cama y los hilos que antes le sujetaban se relajaron cuando, de repente, las campanadas del reloj de pared anunciaron la medianoche. Debido al susto, Marcos había soltado las guías de la marioneta y Mark cayó de bruces en el suelo.

Una eléctrica sensación de pánico subió por su columna vertebral cuando su mirada se encontró frente a frente con la de Mark que, desde el suelo, le miraba con sus ojos vacíos. Sus extremidades se habían doblado en extrañas posiciones y algunos de los hilos se habían cruzado, pero sus ojos parecían fijos en Marcos que, de repente, se sentía pequeño en aquel universo.

Ya no estaba seguro de quién era la marioneta.

2 comentarios:

  1. Uhm, vuelvo a escribir el mensaje. Borré el anterior por una falta que desequilibraba el resto del comentario.
    Bueno, como siempre está bien.
    Saludos y sigue así.

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  2. Me ha encantado el final. Aplausos, querido amigo, aplausos!

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