sábado, 16 de julio de 2011

Espada negra (Parte I: El andén)

-¿Es ese el tren al que tenemos que subir?

Los pasos de los dos policías pasaban inadvertidos entre el gentío. A su alrededor, los viajeros conversaban a voz en grito para hacerse oír entre los ruidos típicos de un andén. Lo que no pasaba inadvertido era el tren: una enorme locomotora negra como la noche más oscura. Tanto ésta como los vagones estaban adornados con florituras cobrizas que, a la luz de la luna, adquirían unos reflejos rojos como la sangre. En un lateral de la locomotora se podía ver el número del tren, expresado como dos líneas verticales.

-¿Este es el número once o el dos?
-Obviamente es el once.

El segundo policía tenía razón. A los expresos los iban numerando conforme tocaban las vías del tren. Los números de los trenes jubilados quedaban reservados y no se podían reutilizar. El expreso número dos, concretamente, había dejado de recorrer las vías hacía más de diez años, cuando descarriló en una curva y calló directo al mar. No encontraron ni un cuerpo.

Algunos de los viajeros comenzaron a entrar en el tren. Nadie bajó de él, pero los policías no dieron importancia a aquel detalle. No obstante, sí se dieron cuenta de que pocas personas se decidían a entrar. La gran mayoría permanecía en sus posiciones, hablando tranquilamente, haciendo caso omiso del tren que en breves habría de partir.

-Entra tú, - le dijo uno de los dos policías a su compañero-, yo voy a preguntar por aquí.
-Como quieras.

El hombre recorrió el andén con la vista y advirtió que la gran mayoría de los pasajeros seguían en el andén y no parecían tener intención de montarse en el expreso. El policía se acercó a una familia, los niños miraban asombrados a su alrededor, era evidente que nunca habían visto un tren.

-Disculpen - se dirigió al padre, con educación-, ¿qué tren están esperando?
-Esperamos al número once.

Antes de que el policía pudiera formular una pregunta evidente, el expreso rugió desde las vías y, sin más aviso que el ruido del motor, se puso en marcha. En apenas unos segundos lo único que se podía ver de la enorme máquina era la columna de humo que dejaba atrás, más oscura que el cielo nocturno de aquella noche.

Un momento después, paró frente a él otra locomotora. Ésta, a diferencia de la anterior, era gris y sus adornos eran plateados. En un costado estaba escrito claramente el número once. Los ojos del policía se abrieron como platos.

Jamás volvió a ver a su compañero.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, mi estimado Fernando. He quedado intrigado y deseando saber cómo continúa la historia...

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  2. Oh, ¡está bien!
    Estaremos intrigados en saber como continua esta historia.
    ¡Sigue así!
    Un saludo.

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