viernes, 22 de julio de 2011

Espada negra (Parte II: El expreso)

-¡Maldición!
Sin previo aviso, el tren había partido al poco tiempo de poner un pie dentro de él. El policía observó desde la ventana más cercana cómo su compañero, pálido y con los ojos como platos, miraba perplejo mientras el expreso partía ¿qué demonios le pasaba?

Había que hablar con el maquinista, aunque seguramente no sabría nada acerca de las desapariciones en aquel tren, su obligación era hacerle las preguntas pertinentes y, de paso, quejarse por no avisar antes de poner en marcha el tren.

El hombre comenzó a caminar por los vagones. Para su gusto, la decoración era demasiado recargada, muy a la antigua. Las paredes y las puertas estaban enmarcadas con motivos cobrizos que se alargaban y retorcían como serpientes de sangre, y los muebles que alcanzaba a ver dentro de las habitaciones que no estaban cerradas eran de madera retorcida y oscura. A pesar de que aquella decoración de dudoso gusto le otorgaba un aire de distinción y lujo al tren, las paredes del mismo estaban llenas de manchas de humedad e incluso en algunos rincones había crecido musgo.

El policía decidió parar en el vagón restaurante para tomar algo. En aquel vagón parecían estar los ciudadanos más pudientes, cuyas habitaciones estaban más cerca de la locomotora, al contrario que el resto de los pasajeros, que dormían más cerca de los vagones de mercancías.

Bastó una mirada rápida para darse cuenta de que aquel era un tren de locos. Doncellas que parecían salidas de principios del siglo XIX comían y bebían a varias mesas de distancia de familias modernas. El policía se sentó en la barra y pidió algo de alcohol al camarero, un hombre paliducho cuya salud era más que cuestionable. A su lado había sentada una mujer vestida a la antigua; llevaba un vestido grisáceo bastante feo que cubría por completo su cuerpo, de cuello alto y mangas anchas. Su piel horriblemente pálida y sus labios descoloridos anulaban lo poco de belleza que pudiera tener.

-Es usted policía, por lo que veo, ¿ocurre algo en el expreso?
-No, no se debe preocupar por nada, señorita -mintió el policía.

Tenía información de que se producían desapariciones en los andenes. Éstas habían comenzado a ser preocupantes desde que el expreso número once comenzara a viajar de un extremo a otro del país. Aunque cada vez era menor el número de personas desaparecidas, seguía habiendo gente que se esfumaba de la faz de la tierra. Cuestión inquietante, sin duda.

-¿A dónde se dirige usted, señorita? -preguntó el policía.
-A ningún lugar en concreto, agente. Me gusta viajar en el tren sin rumbo fijo.
-Entiendo. Disculpe mi indiscreción, señorita.

El policía dejó el vaso vacío y una propina para el camarero y se dirigió hacia el pasillo en dirección a la locomotora. Si todos los viajeros estaban igual de chalados que la mujer con la que había hablado, compadecía a los trabajadores del expreso.

Llamó a la puerta de la locomotora con la porra para hacerla sonar en el metal negro de la enorme máquina. Aún así nadie respondió, así que abrió él.

En el mismo momento en que su mirada recorrió toda la cabina, el pánico se apoderó de él. Su cuerpo se había quedado helado, ni sus brazos ni sus piernas respondían. El policía se había convertido en un muñeco que no podía hacer más que mirar a la figura negra que tenía ante él. Una silueta del negro más oscuro que hubiera visto jamás. Parecía estar envuelta en una capucha de un material etéreo que se desvanecía y reagrupaba como el humo. Su mano sujetaba una espada negra, larga, estrecha y tan oscura como la muerte.
Cuando el ser habló, lo hizo con una voz profunda, fría y escalofriante:

-Nos vamos a la eternidad.

El policía pudo ver a través de los cristales que habían a espaldas de la figura negra cómo el paisaje se movía de golpe. Primero el cielo oscuro de la noche. Después el mar. En pocos segundos, la estancia al completo se había inundado. Trató de salir a la superficie, pero era inútil, la puerta de la locomotora se había cerrado detrás de él, impidiéndole la salida y la figura negra había desaparecido.

Entonces supo que aquel no era el expreso número once, sino el número dos.

3 comentarios:

  1. Como siempre, está bien. Solamente destacaría una cosa. No quiero parecer pedante ni maleducada lo digo para intentar ayudar. En el tercer párrafo utilizas algunos adjetivos un poco rimbombantes. Pero te diré una cosa, eso nos pasa a todos los escritores amateurs, incluida yo. Espero que te lo tomes como una "crítica" constructiva, sé como molesta que la gente destaque los defectos de tus escritos pero si no sabemos nuestros errores no podremos corregirlos.
    Sigue así, esperaré con entusiasmo tu nuevo escrito.
    ¡Un cordial saludo!

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  2. Como siempre, agradezco tus comentarios. Atesoraré tu crítica y la utilizaré para mejorar.

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  3. Por fin tuve tiempo de leer la historia completa, y ha sido un verdadero deleite. Me encantan tus relatos. Un saludo!

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