viernes, 4 de mayo de 2012

Fantasmas en el viento

Es curioso como alguien que a priori no cree en los fantasmas puede llegar a sentir tanto pánico.

Para llegar a ser doctor en mecánica tienes que conocer al dedillo los entresijos de la materia y la energía. Pulsos eléctricos y conductores, masas y volúmenes... no hay lugar en la cabeza de un físico para los fantasmas.

Pero la vida tiene una curiosa forma de jugar con nosotros.

Son las doce de la noche y sigo trabajando. Ésta vez me apetecía un experimento sencillo. Una pila de petaca, un poco de cable, hilo de cobre y un buen imán es todo lo necesario para comprobar el electromagnetismo. Mi intención era encontrar el número óptimo de espiras de cobre con la esperanza de poder extrapolar mi pequeño experimento a otros más serios. Bastaría con poder reducir un poco el coste de las espiras que se usan en las centrales de energía para poder labrarme un buen futuro en mi campo. Pero ese maldito silbido no me permite concentrarme en las operaciones.

Suena lejos. Es un silbido constante y agudo. Al principio pensé que era un niño en la calle, pero ningún niño posee tanta capacidad pulmonar para mantener aquel silbido durante tanto tiempo.

Sería el viento.


Me guardé mi mal humor y seguí haciendo cuentas. Al final estaba tan inmerso en las operaciones que me olvidé por completo del silbido. Pero entonces sonó un golpe en mi casa. La impresión fue tal que no pude evitar dar un salto y maldecir entre dientes. El silbido volvió a mis oídos para burlarse de mi estupidez.

Caminé hasta el salón, allí donde un viejo cuadro había caído de la pared. Advertí que el silbido había cesado. La ventana estaba abierta. -He aquí el gran misterio-. Pensé con ironía. Cerré la ventana y volví a colocar el cuadro en su sitio a tiempo para escuchar cómo algo de cristal se rompía en mi habitación.

Puedo presumir de ser un hombre científico, pero reconozco que me asusté. Volví a mi habitación y vi que aquello que se había caído con tal estruendo era la lámpara de pie del rincón. Por un momento me entró pánico al ver que la bobina de cobre giraba sin descanso, después me di cuenta de que había dejado el circuito cerrado y la electricidad que pasaba por las espiras, sumadas a la acción de los imanes hacía girar la bobina. Idiota de mí. Había visto aquello millones de veces, me había asustado como un niño. Lo único raro era cómo se había caído la lámpara.

Sería el viento.


El silbido volvió. Solté un taco. Esta vez sonaba en la estancia, muy cerca. Me di la vuelta, veloz como un rayo, sólo para mirar la luna a través de las cortinas y la ventana entreabierta. La cerré, pero el silbido no cesó.

Si no que se movió.

Poco a poco, el silbido se fue haciendo más lejano. Lo seguí y me llevó de nuevo al salón. El cuadro que antes se había caído estaba torcido. Era curioso. El silbido parecía proceder de él.

Hasta entonces no me había fijado en lo que representaba. No era más que la pintura al óleo de un autor desconocido. Los tonos verdes y castaños bañaban todo el cuadro; era un bosque.

Por un momento, el silbido me recordó al sonido del viento al rozar en las hojas de los árboles. Después me reí por lo absurdo de la idea. Volví a colocar el cuadro bien y comprobé de nuevo la ventana. Con las prisas, había pillado la cortina, así que tiré de ellas, cerré bien y el silbido cesó.

Sería el viento...

¿Sería el viento?

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