viernes, 8 de julio de 2011

Reflejos en la orilla

Como cada día, las pisadas del chico se detuvieron a los pies del faro. El sol veraniego iluminaba cada rincón de la playa con tal fuerza que la arena parecía brillar con luz propia.

El chico se sentó en las rocas, mirando al mar. Al lejano sonido de los bañistas y de las gaviotas se unía el rugir de las olas. El basto océano siempre había sido para él un símbolo de pureza y de fuerza. Pero desde hace unos meses, lo único que veía en él eran recuerdos, reflejos de una vida pasada que se escapaba arrastrada por las corrientes del olvido.

Recordaba las noches con ella. La luz del faro alumbraba cada parcela del mar y, en cierto modo, encendía la llama de la vida. Le encantaba ver la luz de la Luna en sus ojos. Amaba ver su piel decorada con las ondas del mar. Adoraba besar sus labios, que sabían a sal.

Pero ya no quedaba nada de aquellos momentos. Nunca más volvería a ver sus ojos. Nunca más podría acariciar su piel. Nunca más volvería a besar sus labios. Nunca más se volvería a encender la luz del faro. Nunca más las estrellas brillarían como antes. Nunca más la Luna podría ser tan bella. Nunca más volverían aquellas noches inolvidables.

Todo eran reflejos en el agua.


Las olas rompieron con fuerza a los pies del chico. Unas finas gotas de agua salada se posaron en su rostro y resbalaron por sus mejillas.

Ya no volvería más a aquel lugar.

2 comentarios:

  1. ¡Veo que me hiciste caso!
    Me alegra saber que al menos alguien me escucha, hahahaha.
    Bien, como siempre no me puedo quejar, y este cambio de registro lo has tomado correctamente.
    ¡Sigue así!
    Un cordial saludo.

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  2. ¡Muchas gracias! Como lectora usual de este blog que eres, valoro mucho tu opinión.
    Seguiré en mi línea clásica, aunque de vez en cuando colaré escritos de otros estilos.

    Un saludo.

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